Algunas veces nos referimos al mal, como algo ajeno e intangible. ¿Pero el mal existe o se ejerce? Se dice que los humanos son capaces de crear lo bueno y lo malo. Lo sublime y lo terrorífico. Pero en los campos de concentración nazis, ¿Cómo mantenían la esperanza y cordura, los que sufrieron inimaginables vejaciones? ¿Los deportados encontraron sentido al presente que tenían que vivir? ¿Fueron realmente los campos, unas escuelas del mal? ¿Los asesinos nacen o se hacen?. ¿Cómo eran los guardias y los Kapos? y ¿por qué la mayoría se comportaba despiadadamente?.
Todas esas preguntas y muchas más, las intenta analizar y llegar a un diagnóstico, el psiquiatra Victor Frankl (+info), superviviente de los campos de Auschwitz, Dachau y otros subcampos. En su libro "El hombre en busca de sentido", en cierta forma hace una auto-terapia para dar inicio a una nueva corriente de la psicología moderna, llamada por él "Logoterapia".
Mucho se ha escrito sobre el autor. Aunque el autor invite al lector a desgranar su texto, yo me ceñiré sólo en lo que más me inquieta, y me preocupa. El día a día de los deportados.
"Los escasos afortunados que sobrevivimos, gracias a una concatenación de casualidades o milagros, estamos convencidos de que los mejores no regresaron"
Victor Frankl
Un psicólogo en un campo de concentración
Viktor Frankl ya era un reputado psicólogo en su Viena natal. Al ser encerrado en un campo de concentración, enseguida se percató de la brutalidad que ejercían los Kapos. A ellos le dedica sus primeras reflexiones. Aunque subraya que no es su interés hacer un diagnostico del sistema concentracionario, si analiza las causas para entender mejor sus conclusiones.
Los Kapos, sus mimados y ayudantes
Los prisioneros que gozaban de la confianza de los guardianes, eran especialmente despiadados con las personas "normales", los que no llevaban ningún brazalete ni distinción especial en la manga, que eran la mayoría de los reclusos. Ciudadanos que se habían regido por leyes o normas hasta ese momento fijadas por una sociedad. En los campos, los Kapos y decanos, no atendían ninguna súplica, por tanto fomentaban la injusticia, pues así sus decisiones arbitrarias les otorgaban más poder aún que la directamente dada por los guardianes. Los Kapos eran elegidos de una manera "activa" o "pasiva". Los administradores del campo elegían exhaustivamente entre los reclusos, los más brutales por sus antecedentes penales. Pero la lucha encarnizada por el poder, eliminaba potenciales jefes por selección natural. Por tanto, la violencia y crueldad era la manera natural de seguir disfrutando de sus privilegios. Los Kapos no pasaban hambre.
El colectivo de deportados más frágil, eran los últimos en llegar al campo. Eran minuciosamente analizados y asignados a labores mas degradantes. El tiempo transcurrido en el campo y haberlo superado con vida, suponía en general, crear hombres cada vez más rudos, falto de escrúpulos en su lucha por su propia supervivencia, pues para salvarse recurrían a cualquier medio.
Alcoholismo
En el campo el alcoholismo era palpable. El aguardiente era utilizado por los mandos SS y subordinados, que producía la perdida o la anulación de la empatía y acrecentaba lo irascible de su conducta. Algunos vigilantes fueron adiestrados, en métodos de tortura y sadismo. Que junto a complejos de inferioridad y sus delirios de grandeza les producían impulsos agresivos.
Por parte de los Kapos, el alcoholismo fomentaba la irracionalidad. Con las ganancias de transacciones clandestinas, con algunos de los objetos que los deportados podían esconder (metidos en sitios insospechados) en su preliminar inspección al llegar al campo, se canjeaban por favores. Esto suponía para los deportados ganar tiempo de vida, instantes. Sin embargo, para los veteranos beber servía para calmar sus conciencias. Según Victor Frankl, en Auschwitz, los encargados de "mantener vivo" los hornos, tenían barra libre para trabajar ebrios, los SS les suministraban cantidades casi ilimitadas.
Los cigarrillos
Los reclusos comunes nunca fumaban. Los cigarrillos y colillas que pudieran reunir, suponían un salvavidas. Las cuadrillas de trabajo en muchos campos eran mandadas por capataces civiles y las empresas subcontratadas pagaban directamente a los administradores de los campos. En ese afán por la autogestión de los campos, los trabajadores-esclavos eran pagados algunas veces, con cupones canjeables por lo más preciado, cigarrillos. Pero cómo los Kapos prohibían guardar nada en los bolsillos, el valor del tabaco era exiguo y poco dado a la especulación. Guardar o esconder los cigarrillos era también inútil. "Disfrutar" de un cigarrillo por un deportado común, "era declarar su renuncia a sobrevivir".
Proceso psicológico de adaptación en los campos de concentración
Según Frankl, la primera fase es la incredulidad o el "Shock" producido por la entrada al campo repleto de gente. Los bramidos, golpes y visión de los primeros muertos producía un impacto emocional. Muchos, enajenados no superaban esta fase. Otros lo vivían, bajo el "síndrome de la ilusión del indulto de última hora" y no perdían la esperanza. Incluso se aferraban a esa sensación, cuando se procedía a la "selección" arbitraria del SS, el primer veredicto entre la muerte inminente y seguir viviendo.
Si tenían curiosidad, un aspecto original que al parecer se desarrollaba nada más entrar al campo, junto al extraño sentido de humor macabro, en cuestión de horas, los presos estaban confrontados con la realidad de la muerte. La constatación de la existencia del "El horno crematorio", creaba una sensación de vacío. Precedido por la ausencia del compañero más próximo (si la ausencia era algún familiar), el dolor producía un socavón en el estomago, casi insoportable. Y si la bruma no dejaba disipar el humo de la chimenea, el regusto azucarado del aire era signo de que el principio del fin para muchos de ellos sería la muerte inevitable.
La desnudez. El desprenderse de todo y sentirse desvalidos y asustados, les hacía dóciles. Les desprendían de la vida anterior. Los primeros restallidos de los látigos o "gumies", porras hechas de cuero y cables, los hacia sumisos. Lo llama "Una existencia desnuda", solo cuerpos, nada más.
"El hombre puede acostumbrarse a todo, pero no nos pregunte cómo lo hace"
Llega un momento que el preso pierde el miedo a la muerte e incluso se vuelve temerario. La idea del suicidio estaba presente todos los días, pero, lanzarse contra la alambrada en la fase inicial no era frecuente.
La promiscuidad. Dormían en literas de tres pisos, en cubículos de 2x2.5 metros, directamente en tablones o en jergones de paja o serrín, al menos 9 personas, apiñadas. Aún así, Victor Frankl se sorprendía como médico, de que los deportados durmieran profundamente, y que con tan sólo unas pocas horas de sueño pudieran conciliar un sueño reparador, que les proporcionaba alivio y olvido de sus penas durante ese tiempo. No era aconsejable despertar a los compañeros de una mal sueño, pues la realidad excedía de cualquier pesadilla inimaginable por Morfeo.
El higiene. Desde un punto médico, a pesar de que no podían a penas lavarse, ni cepillarse los dientes, las encías se mantenían sanas. Resistían medio año con las mismas ropas y las llagas sorprendentemente no se infectaban, ni las heridas supuraban por la congelación.
Pero el consejo era siempre intentar aparentar ser más joven, por tanto los más veteranos aconsejaban, afeitarse con lo que fuera, incluso con un trozo de vidrio.
Aparentar capacidad de trabajo. El deportado siempre debía moverse, correr de un lado al otro e intentar andar erguido. No llamar la atención, no tener aspecto de miserable, llamados "musulmanes", así les calificaban a los deportados que enfermos y demacrados, eran incapaces de resistir un esfuerzo más . Andaban encorvados y andrajosos. Esos eran apartados por los SS y llevados al horno.
Después de esa primera fase, la segunda, suponía la "muerte emocional". La vida en el campo, era una tortura interior también. Tan intensa que el recluso a veces se consumía de nostalgia. Andar entre el lodazal, producía un rechazo visceral a todo lo que le rodeaba, pero al intentar apaciguar esos pensamientos, ese esfuerzo lo consumía aún más y lo dejaba extenuado, exhausto. Poco a poco se iba adaptando, y cada vez el prisionero era más impasible al sufrimiento del prójimo, hasta tal punto que los sentimientos se relegaban a un remoto lugar en la conciencia y a partir de ese momento podían contemplar las escenas sin retirar la vista. Incluso, la muerte de un compañero suponía el poder intercambiar la ropa, zapatos o el abrigo, sin inmutarse, y beber su sopa si no la había terminado, aunque algunos hacían una pequeña reverencia o gesto de respeto antes del primer sorbo.
Sabañones por no tener calcetines. Dedos de los pies congelados, gangrenados y arrancados con tenazas. Edemas por el hambre que les producía hinchazón en las extremidades. Epidemias de Tifus que provocaba incluso aberración por la comida,... Los deportados veteranos eran capaces de hacer diagnósticos muy certeros de quienes iban a ser los siguientes, incluso podían llegar a la conclusión que ellos mismos serían los siguientes. Uno tras otro, todos iban muriendo.
El peor momento de las 24h largas que tenía el día era la mañana, sólo pensar en las siguientes horas que restaban para volver al mismo lugar les fatigaba. 5 minutos en el campo correspondía a 10 años vividos en el exterior. La muerte les acechaba en cualquier momento. Para mitigar el hambre, algunos optaban por comer, comer rápido y por lo menos saciar una vez al día esa sensación. Otros preferían guardar un mendrugo de pan, acariciarlo durante el día e ir mordisqueando o comiendo las miguitas que quedaban en las comisuras del bolsillo.
Sexualidad anulada, vacío emocional, hibernación, huida hacia el interior, búsqueda de la soledad, los que lograban abstraerse aguantaban más.
El humor en el campo, era apagado y de escasa duración. El número de muertos era irrelevante. Algunos eran capaces incluso de pronunciar palabras de consuelo, en una desesperada lógica del calculo aleatorio.
Se analiza el concepto de la "vida provisional" de duración indeterminada, que producía signos inequívocos de decaimiento. Sin meta, no hay fin, y los deportados no vivían ya orientados al futuro. No buscaban el sentido.
Es en éste momento crucial donde Viktor Frankl, explica como intentó proponer siempre que pudo, un objetivo que diera sentido a la vida, un porqué. Pues un hombre que sabe que le aguardan con todo su corazón o que tiene aún una obra inconclusa por hacer, no decaerá, e intentará darle un sentido a su existencia.
Esta experiencia, sería más adelante un concepto básico de lo que tituló Logoterapia y la intentó aplicar en la tercera fase, la denominada, "después de la liberación". Una fase determinada por la despersonalización. Los deportados habían perdido la capacidad de sentir alegría y la tenían que encontrar lentamente, avanzando poco a poco, para volver a ser un ser humano. Sin caer en la desolación, reconoce Viktor Frankl que no fue fácil, y que muchos deportados, vivieron aún en los sueños siempre en el campo. Pero ya eran pesadillas.
Agradezco a Joachim Stein, quien me haya recomendado entre otros éste libro.
Bibliografía:
- Libro en .pdf: "El hombre en busca de sentido"
- Biografía de Viktor Frankl Fundación: https://www.viktorfrankl.org/biography.html